La furia del ogro

sábado, 16 de enero de 2016


En la comunidad de los ogros, se producían iniciativas para el manejo de la ira. 

Esto sucedía porque la mala reputación de la explosividad emocional del ogro había producido un alto nivel de desempleo. Ni hadas, reyes, caballeros, brujas o labradores querían trabajar con alguno de la especie. Los consideraban peligrosos.

Después una constante lucha en contra de algunas leyendas que decían que los ogros se alimentaban de niños, hubo un hecho que desató el miedo de todas las ciudades aledañas a Orwitz, la ciudad de los ogros. La historia de Zilo, el guardia del castillo del rey, que mató con un golpe a un joven escudero que insultó su nariz, hacia parte del folclor y cerraba cualquier puerta a alguien de la comunidad ogríl. No les ayudaba su aspecto desfigurado ni el retumbar que sus pesados pasos producían sobre el asfalto.


Por esta razón, se abrió la escuela de manejo de la ira. En distintos niveles, el ogro podía recibir una certificación que le permitía buscar trabajo en otras ciudades, entre más alto el nivel, mayor paga obtenían, por esta razón, en la primera semana de clases se abrieron tres cursos adicionales, aún así, muchos ogros se quedaron por fuera. 


A pesar de esta acogida, no todos los ogros estaban de acuerdo con la escuela. Korg, uno de los mejores plomeros de la ciudad, era uno de ellos. Tenía una cabellera espesa, dientes grandes y un color de piel morado-verdoso. Sus ojos eran verdes y bondadosos. Al menos lo eran cuando miraba a sus dos hijas Ofelia y Amatista. 

Algunas tardes, cuando regresaba a casa, Korg arrancaba algunas hojas de una planta rojiza y espinoza que a los humanos les irrita la piel. Se acercaba a sus hijas con disimulo. La piel de los ogros es tan gruesa y resistente que esta planta, antes que generar alguna reacción alérgica, produce una especie de cosquilleo. Por esta razón las niñas de Korg lloraban de risa cuando su padre les frotaba la planta en la piel. Había un hermoso parque cerca a casa. Además de columpios y sube y baja, tenía un arenal extenso en el que padre e hijas se inventaban las historias más peculiares en castillos de arena húmeda. 
Después de eso esperaban a que Yadi, la esposa y madre, llegara. Comían juntos mientras hablaban de las eventualidades del día. Amatista, la mayor, era muy curiosa y se encargaba de las preguntas.

Ella y su hermana iban a la escuela, por esta razón, empezaron a tomar uno de los cursos sobre la ira que se ofrecía gratuitamente. Una tarde Amatista habló a la hora del almuerzo sobre los beneficios de dichos cursos y cómo el padre de una de sus compañeras había obtenido un puesto en la ciudad de los elfos y se permitía comprar muchas cosas. Vio a su amiga llegar a clase con un pantalón rojo, con brillantes que costaba muchas monedas de oro. 


- Deberías intentar ir a uno de esos cursos, todos saben lo bueno que eres en tu trabajo y muchos elfos y caballeros no son capaces de arreglar nada, te iría muy bien- dijo al fin Amatista.

- Sabes lo que pienso de eso hija. He visto esos estirados que ya no parecen ogros ¿Has visto como nos miran? Como si fueran gran cosa. No mi niña, en ese lugar nos despojan de la libertad de sentir, de expresar las pasiones como lo hemos hecho siempre. Además, me va bien en Orwitz y no veo necesidad de buscar mayores ingresos- respondió Korg y calló a su hija con un gesto.

Después de dicha discusión, Korg caminaba cerca del colegio de sus hijas. En la entrada, decorada con hortensias, camelias y arbustos pequeños, vio a Amatista salir con un compañero menudo, verdoso con manchas grises, de cabellos claros y ojos pequeños. Iban tomados de la mano. Contuvo la ira. Apretó su puño y se giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia su casa. Cuando Amatista llegó, su padre la esperaba sentado en la sala.


- ¿Cómo te fue en la escuela?- dijo mirándola con desdén. Amatista escuchó el tono agrio de su padre y, tomando a su hermana por el brazo, la llevó al cuarto.
- Bien, y que tal el trabajo- respondió.
- Iba a recogerte pero vi que ya ibas acompañada- bufó Korg, levantándose de la silla.

La niña tomó aire con fuerza y se acercó a su padre mirándolo a los ojos.

- Él es un amigo -dijo con firmeza- sé muy bien que me harías si...
- Cállate- dijo mientras reía con acritud- entiendo porque querías que tomara el famoso curso, pero de esta no te salvas-

Tomando a su hija del brazo la sacudió. Le pegó algunas cachetadas y la lanzo hacia una esquina de la casa. Cerca de él había una escoba, la cogió y golpeó a su hija hasta que se cansó. Ella no dijo nada, no se movió. Korg salió de la casa, antes de cerrar la puerta miró de nuevo a su hija, tenía una mirada cristalina y rota. Una hora después, cuando volvió, encontró una nota de su esposa. La letra casi era ilegible, escrita de afán decía:


"Amatista estaba desmayada. La llevo al Hospital"

Korg esperó. Sentado, con las manos en la cabeza, se hizo una promesa: entraría al curso al día siguiente. Miraba la pequeña sala, rodeada de algunas pinturas que su hija hacia, ya que amaba la pintura. Se fijó en un retrato de los dos, allí ella lo acompañaba al trabajo y le pasaba algunas herramientas, la pintura era enérgica y con trazos suaves en los retoques del rostro de ella y su padre. Cuando su esposa llegó, lo encontró llorando. Ella tenía el rostro desencajado llevaba a Ofelia en sus brazos, dormida. Después de acostar a la pequeña bajó a la sala donde su esposo la esperaba.


-Amatista esta muerta- dijo secamente- hicieron preguntas, la policía vendrá por ti mañana.

Korg lloraba. Repetía las tres palabras como buscando algún sentido. Convenciéndose de su veracidad. Así se quedaron durante horas. 

- Me voy a matar- dijo él con decisión.
- No se te ocurra -respondió su esposa- no seas cobarde, si te matas yo también lo hago, así Ofelia se quede sola. No pienses que te dejaré salirte de esto, que fácil es morir y dejarme aquí con todo el dolor. No. Me aseguraré que vivas y que cuando Ofelia pregunte por su hermana, tú mismo respondas que la mataste a golpes. 

No alcanzó a amanecer cuando se escucharon los golpes en la puerta. Dos ogros de unos dos metros de altura, que vestían un uniforme naranja brillante se llevaron Korg. No opuso resistencia, no dijo nada, al salir a la calle se dio cuenta que veía borroso y daba pasos lentos y vacilantes.

Korg fue al entierro de su hija, lo permitía la ley. Pero los que se quedaron hasta el último momento vieron al ogro forcejear con dos uniformados mientras gritaba el nombre de su hija con desespero.

- Amatista, mi niña.


Mayra Pulido
@Cuadernícola

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