La mujer que leía II

sábado, 3 de octubre de 2015

Párrafo aclaratorio: Este cuento nació de un pequeño momento en un bus, después de un tiempo archivado y algunos amigos consultados, decidí hacer una serie de cuentos de distintos géneros con este mismo personaje, ésta es la segunda entrega.


II

La mujer llamó mi atención de inmediato. Sus lentes cuadrados y gruesos cortaban la redondez de su rostro, sus ojos, rojos de tanto llorar, miraban fijamente un papel que sostenía en sus manos temblorosas. Tenía una expresión preocupada que se interrumpía con los insistentes tics de su ojo derecho y la parte superior de su boca. Dejó de leer un momento y miró por la ventana.

El motor del bus en el que estábamos sonaba insistentemente, afuera se veía el rastro de la llovizna sobre el asfalto, la ciudad húmeda tenía un aspecto sucio y descuidado. Me acerqué a la silla vacía que estaba al lado de la mujer y le pregunté:

-¿Puedo sentarme?- asintió con la cabeza y me acomodé a su lado.
- ¿Cómo te llamas?- dije.
- Adriana- respondió con voz queda.
- ¿Porqué lloras?- me atreví a preguntar.

Hizo un gesto que parecía ser una sonrisa, pero que se veía como una mueca amarga. Miró la carta y me la pasó para que la leyera. Intentaré reproducir íntegramente el contenido de ese papel.

              Amada mía:
     Sé que soy un cobarde. Que debes odiarme por hacer esto, por despedirme con un papel que poco o nada puede servir de excusa. Antes de explicarte las causas de mi partida, quiero recordarte lo que dije poco después de nuestra primera cita: te amaré siempre.

     Pensarás que miento. No te imaginas cuanto desearía tener el poder de mostrarte lo sincero que soy. Pero no puedo, y no tengo la fuerza para mirarte a la cara mientras me despido. Por eso te escribo.
  
Aquí me detuve. Adriana me miró directamente mientras las lagrimas se escurrían sobre sus mejillas.    


- Lo conocí hace tres años -dijo secándose el rostro con la manga de su saco azul- en ese tiempo trabajaba en una tienda, de dulces, y, aunque no me gustaba, era lo mejor que había conseguido hasta el momento. Salía muy tarde y llegaba a casa alrededor de las diez. Una noche, mientras caminaba el tramo que hay entre la estación y mi barrio, sentí que alguien me seguía. Al principio pensé que era un ladrón, pero no. Era mi vecino. Al parecer él tenía el mismo horario, pero nunca lo había visto. Al día siguiente me saludo y nos fuimos juntos. Fue una rutina de meses.

Inicialmente, Adriana no tenía interés en Juan, su acompañante, incluso si esa idea se le ocurría, la desechaba rápidamente porque nunca ha sentido que es una mujer hermosa. Se miraba al espejo continuamente, casi como castigo, una rutina en la que cada vez le parecía encontrar más defectos. Juan era delgado, alto y pálido. Hablaba todo el tiempo aunque nunca supo bien a que se dedicaba. La hacía reír. Una noche, en que la luna llena brillaba en un cielo despejado, Juan la invitó a salir.

-Has visto que se estrenó una película esta semana, me dan ganas de verla ¿a ti no?
-No he visto, pero hace mucho no voy a cine, no estaría mal.
-Bueno, ¿Cuándo puedes? -respondió él y concretaron la cita.

El día de la cita, ella estaba nerviosa y se culpaba por tener tantas expectativas por algo que seguramente no significaba nada. Incluso pensó llamarlo a cancelar la cita.

- Ese sentimiento extraño, esa ansiedad, me hizo querer llamarlo, lo pensé mil veces desbloqueando una y otra vez el teclado de mi celular y finalmente cuando decidí no ir a la cita, y apagar el celular, mi teléfono comenzó a sonar. Era Juan.

Después de la película comieron helado y fueron a sus casas. Ella se había dado cuenta de la dulzura de la mirada de Juan, de sus excusas para darle la mano o tocarle el cabello, a pesar de que no creía posible que ese hombre de quijada sobresaliente y sonrisa amplia, la amará, se permitió jugar con sus pensamientos, imaginándose una vida juntos. 

- Al día siguiente me esperaba con un librito de páginas amarillas, era una especie de diario en el que estaban registradas muchas de nuestras caminatas. Yo pensé que no era importante, mmm que me acompañaba por que en la noche es mejor estar con alguien, usted sabe con tantas cosas que pasan. 

Pero no era así, Juan se había enamorado de Adriana y se lo hacia saber con las anotaciones del cuaderno. Decía, entre otras cosas, que del cabello de la muchacha desprendía un olor a fruta fresca que con el aire de la noche causaba el efecto de refrescarlo, que amaba su sencillez y su forma de caminar, siempre tan segura aunque vacilara por momentos. Sabía, por las cortas charlas, que era una mujer sensible y que se reprochaba no ser más delgada, más morena, tener una mejor vista. 

Adriana no estaba acostumbrada a este tipo de situaciones. Sintió como la sangre subía a su cabeza, tuvo deseos de gritar o llorar, pero sólo le alcanzo para un beso. Después de eso todo fue muy rápido. 

Ella consiguió un mejor empleo, estudiaba administración y en el trabajo pondría en práctica lo que había aprendido, se veían con Juan todos los fines de semana. En una de esas citas sucedió algo extraño, comían hamburguesa en un local cualquiera y de repente toda la gaseosa de Juan se derramó sobre su comida. Adriana alcanzó a ver la temblorosa mano de Juan pero él la escondió, se disculpó y se fue. Nunca mencionaron el incidente aunque ella siempre se preguntaba qué había sucedido.

Adriana se había acostumbrado a que él se retirara de esta manera de sus citas, a su mala memoria y sus cambios de ánimo repentinos. Un viernes él la llamó, con un tono afectado y cargado de ira, le pidió que se vieran ese día, que necesitaba contarle algo.

- Jamás olvidaré su rostro, aquel día estaba más pálido que nunca y tenía las manos temblorosas, apenas empezó a hablar, noté que articulaba las palabras con dificultad y que hacía unas muecas extrañas - me dijo Adriana con voz triste.

Había perdido su trabajo, Juan le aseguró que su jefe le había pedido un informe en un lapso tiempo muy corto y no pudo entregarlo. Adriana intentó tranquilizarlo y le propuso que vivieran juntos, al principio él no aceptó. Días después la llamó.

 -Me mudo mañana, ya hablé con un amigo que me hará el favor de llevar las cosas- dijo sin saludar, aunque alegre.Colgó rápidamente.

Los dos vivieron juntos durante algunos meses, la rutina de Juan en las mañanas, extrañó a Adriana. Se levantaba temprano e iba al baño, se encerraba durante media hora y salía a correr. Siempre cerraba la puerta con seguro. Una mañana, creyendo que Adriana dormía, dejó la puerta semiabierta, ella miró por el resquicio, lo que vio la dejó asustada.

Vio a Juan tomando pastas de tres distintos tarros, mientras tanto, se miraba al espejo con una expresión que ella no pudo descifrar. Él la descubrió y su rostro se oscureció, cerró la puerta y le ordenó que se fuera. Ella se quedó.

Después de una hora, Juan salió con los ojos llenos de lágrimas. Se acercó a ella y la besó con delicadeza y fueron a caminar tomados de la mano. Le contó todo. Juan tenía la enfermedad de Huntington, esto significaba que las neuronas de algunas partes de su cerebro se iban degenerando.

- Por eso soy tan irritable, olvido cosas y mi genio cambia tan rápidamente- le dijo a ella con voz suave y tranquila.

- Y qué tan grave es, ¿sólo tienes que tomar el medicamento y ya?

- No es tan fácil, es una enfermedad heredada, mi padre la tenía, llegó al punto de no aceptar la comida que le ofrecíamos por miedo a que lo envenenáramos, lo veía tragar pedazos enteros, sin masticar nada, porque no podía mover la quijada, es horrible. No quería mudarme contigo porque no quiero ser una carga para ti, ya perdí un trabajo por mi temperamento, esto no se va a detener, no hay cura. 

Ahora, mientras miraba la carta entendía porqué temblaba la caligrafía de Juan, porqué sus letras eran tan pequeñas y nerviosas. Adriana, que miraba al frente como quien está a punto de llegar a su destino, cogió la carta y la leyó.

- Eso fue hace cinco meses, en realidad todo iba muy bien, a sus treinta y tres años la enfermedad no llegaba a niveles dramáticos, pero lo que más le atormentaba era el futuro, no se quería ver en las condiciones de su padre, era un hombre independiente que odiaba que lo miraran con lástima o piedad, yo lo hubiese cuidado, las 24 horas si era necesario, después de todo lo amaba. Siempre miraba la muerte tan cerca, me decía que no valía la pena gastar dinero en él, que me comprará algo, sólo fueron cinco meses, y no me dejó demostrarle lo que él significaba para mí, sólo se fue. Se fue, y lo peor es que no le creo, el puede hacer cualquier cosa, no sé si las maravillas escritas en este papel son verdad.


Dijo esto y se bajó del bus. Hasta ese momento me había imaginado a Juan en una finca que, según la carta, era de un amigo que tenía mucho dinero y que lo había contratado como cuidador a cambio de todo el tratamiento necesario para acabar con su enfermedad.

Mayra Pulido
@Cuadernicola

Vea también:

La mujer que leía I

2 comentarios:

  1. La trama es muy interesante, tienes buenas bases para la escritura, debes profundizar o detallar aún mas en las situaciones de los protagonistas para que se muestre un poco más romántico y cautive a los lectores.

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    Respuestas
    1. Si, me han dicho que no parece un cuento romántico, ¡gracias por tus aportes!
      @Cuadernicola

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