El inicio de una amistad*

domingo, 20 de septiembre de 2015

“Zorba, el Griego” (Michael Cacoyannis,1964) 
Incliné la cabeza ante la densa visión del poeta para decidir qué Canto leería: pero no tuve tiempo. De repente, inquieto, alcé la cabeza. No sé cómo, sentía que dos agujeros se me abrían en lo alto del cráneo; volvíme bruscamente, mirando hacia la puerta vidriera. Como un relámpago cruzó por mi alma una esperanza loca: «Volveré a ver ahora a mi amigo.» Estaba pronto para acoger el milagro. Pero el milagro no se produjo; un desconocido, aparentemente sexagenario, de muy alta estatura, seco, de ojos desencajados, tenía pegada la nariz al vidrio y me miraba. Traía un envoltorio sujeto entre el brazo y el costado. 
Lo que me causó mayor impresión fueron sus ojos: burlones, ávidos, fulgurantes. Por lo menos, así me parecieron.
No bien se cruzaron nuestras miradas –dijérase que confirmaba la creencia de que yo era precisamente la persona que él buscaba–, el desconocido alargó con firme movimiento el brazo y abrió la puerta. Pasó por entre las mesas con paso vivo y elástico y se detuvo ante mí.
–¿De viaje? –me preguntó–. ¿Para dónde? ¿A la ventura?
–Voy a Creta. ¿Por qué tal pregunta?
–¿Me llevas contigo?
Lo observé con fijeza. Mejillas hundidas, mandíbula fuerte, pómulos salientes, cabellos grises rizados, ojos brillantes y avizores.
–¿Por qué? ¿Para qué me servirías?
Se encogió de hombros.
–¡Por qué! ¡Por qué! –dijo desdeñoso–. ¿Acaso no puede el hombre, a fin de cuentas, hacer algo sin por qué? ¿Sólo por gusto? Pues bien, empléame, digamos, como cocinero. ¡Sé preparar muy buenas sopas!
Me eché a reír. Agradábanme sus modales y sus palabras cortantes. Las sopas también me gustaban. No estaría mal, pensaba yo, que me llevara a este desmadejado hombretón hasta aquella lejana costa solitaria. Sopas y charlas... Daba la impresión de no haber rodado poco por esos mares de Dios: algo así como un Sinbad el Marino... Me gustó
* Fragmento de la novela "Zorba el griego", escrita por Nikos Kazantzakis en 1946.

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