El hombre que despertó al piano

viernes, 6 de febrero de 2015


El hombre que despertó al piano

Era viejo, sucio y lleno de bichos. Sin embargo, seguía provocando un efecto de autoridad, de asombro. Quiénes lo conocían, decían que tenía entre 70 u 80 años. Nunca se supo en qué momento llegó, sólo sabían que a nadie se le había ocurrido sacarlo. Había perdido la capacidad de hacerse escuchar, ahora emitía sonidos metálicos desprovistos de acento. El aire proveniente de una boca destartalada, lo despertó.

-Este piano está muy mal cuidado- Dijo el hombre que había quitado el polvo con su respiración- Me sorprende que hayan dejado pasar tanto tiempo, no sé si tenga arreglo.

-Seguro lo tiene- respondió un joven entusiasta de pelo engominado- Dicen que usted es el mejor en esto, algo se inventará.

-Ya suena como mi espalda- afirmó mientras tocaba las oxidadas teclas del piano.

El restaurador se llamaba Marcos. Lo único que revelaba su avanzada edad era su cabello plateado y un hueco negro en su encía. Pero sus ojos grises, como de niño, eran lo que más destacaba.

Esos ojos vieron la muerte desde pequeño. Fue huérfano a los cinco años, primero murió su madre. No la recordaba. A los doce años vio como su padre, consumido por el alcohol, moría solitario en un hospital. No había llorado. Se encerraba en su cuarto con un órgano que le habían regalado años atrás y tocaba hasta que se quedaba dormido con el instrumento en las manos.

Sólo una pérdida lo hizo llorar, habían pasado años desde que falleció su padre, trabajaba en una tienda de música, vendiendo instrumentos y dando clases particulares. Allí la conoció, se llamaba Susana. Era menuda, pálida y de movimientos acartonados. Había llegado a la tienda preguntando el valor de las clases de piano. Pagó inmediatamente.

Al día siguiente, Susana llegó quince minutos antes. Marcos creía que era obsesiva. Todos los días llegaba puntual, sin manchas o arrugas en la ropa ni friz en el cabello. Tomaba la clase en un silencio mortal, sólo hacía preguntas puntuales y anotaba las respuestas en una libretica color limón. Aunque era aplicada, aprendía lentamente. Eso lo irritaba. Un mes después de iniciadas las clases le sugirió abandonarlas.

-Debes ser buena cantando- Le dijo- tienes linda voz, deberías intentarlo.

-No- Respondió ella mientras guardaba la libreta en un bolso de mano- Si no puede enseñarme, dígale a otro que si sea capaz.

-Lo siento, pero no has avanzado mucho, solo quería…

-Me gusta el piano, aprenderé piano- Lo interrumpió y se fue sin despedirse.

Marcos se sintió retado por las palabras de Susana. Las clases eran cada vez más exigentes, incluso discutían, aunque había decidido cansarla, la muchacha era terca. El método no dio los resultados que esperaba el profesor, Susana empezó a aprender a un ritmo normal, incluso mostraba signos de buen humor. Un día llegó a la tienda con algo en la mano. Su rostro era de papel, no se había pasado el cepillo por su cabello.

-Necesito ayuda- le dijo apenas llegó a su lado.

-Claro, que necesitas- respondió él algo alterado.

-Hace unos meses escribí algo- le dijo colocándole en la mano un papel arrugado- Necesito hacer una canción con esto.

-Ehhh, bueno –fue lo único que pudo decir Marcos mientras intentaba descifrar los signos azules del papel.

Ese día lo supo todo. Susana sólo estaba interesada en tocar esa canción, su vocación musical no iba más lejos. Esa canción sería entonada una vez y para una persona, Justino, su padre. Él era un viejo pianista que estaba enfermo.  Ya no reconocía a su hija y meses atrás había perdido la capacidad de caminar, lo único que lo calmaba era la música.

Pero aunque ella lo quería, nunca considero seguir sus pasos, en parte por las constantes quejas de su madre, en parte porque sólo vio a su padre en casa cuando empezó a enfermar. Susana, al ver como agonizaba su padre, pensó que su último gesto de amor se resumía en una canción. Y cuando empezaron a componer, Marcos se sorprendió de la destreza de su alumna, y cómo rápidamente la melodía que estaba en su cabeza tomó forma.

Ella empezó a tocar cuando su padre dormía. En medio de la canción, escuchó su risa. Cuando acabó, se sentó a su lado y esperó. Justino murió unos días después, Marcos fue al funeral y no se volvió a separar de Susana.

Ahora, casi medio siglo después, Marcos terminaba de arreglar el viejo piano, la familia se había preparado para la ocasión, los niños correteaban en la sala gritando sin cesar ¡tenemos un piano! Los adultos se acercaban a preguntar el estado en el que había encontrado el piano y preguntando los pormenores de la reparación. Había una niña con trenzas en el cabello que se había sentado a su lado después de preguntarle si el piano volvería a vivir.

-Claro que sí, señorita- respondió.

Terminada la reparación se dispuso a tocar. Cerró los ojos grisáceos y sus manos se deslizaron ágilmente en el teclado, su música era festiva, pronto la sala se llenó de gente que bailaba y tomaba una bebida que había aparecido de un momento al otro. La niña aplaudía sin cesar, como si hubiera visto un milagro.

-Es una perfecta tonada final- dijo Marcos al joven de cabello engominado.

-¿Cómo así Don Marcos? Luego el piano no está arreglado.


-Al él le queda mucho tiempo- fue lo último que dijo. 


Mayra Pulido
@Cuadernicola

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