Lecciones de Papá
sábado, 17 de octubre de 2015
Yo era un niño miedoso y llorón. Una noche me despertó un
ruido de la calle. No supe de qué era así que afiné el oído. Descubrí el sonido
de unos pies arrastrándose sobre el suelo. Me asomé a la ventana, vi a tres
hombres, el primero estaba en el piso, era moreno y llevaba puesto un saco rojo,
se llamaba Camilo. Huía de los otros, uno que no recuerdo cómo era, ni su ropa,
pero que se veía rudo y estaba muy enojado. El otro, de tez blanca, llevaba una
chaqueta de cuero con taches en los hombros, este dijo:
– Deje que se levante, como le ha enseñado su papá– y se interpuso entre el hombre rudo y Camilo.
Creí que se refería a él mismo cuando decía esto. El otro
protestó diciendo que Camilo era quien había empezado, que ahora no podía
quejarse.
– Tiene razón, pero mire cómo esta, en el suelo no
se le pega a nadie, así yo le he enseñado, eso es de cobardes- exclamó el Papá.
En ese momento vi a Camilo levantarse. Resopló por la nariz
y se puso en posición de pelea. Debo admitir que pensé que en algún momento se
caería de nuevo. Se veía débil y aún a la distancia se escuchaba su respiración
agitada y cansada. Entonces vi al rudo acercarse. Le pegó con el puño en el
rostro. Dos, tres golpes. Camilo ya estaba en el suelo.
– Párese, no sea gallina – dijo el hombre rudo.
– No más, perdón– escuché, al fin, la voz de
Camilo.
El Papá, se acercó a Camilo y lo ayudó a levantarse. Lo
agarró del cuello y pego su rostro al de él.
– Si ve lo que pasa cuando no le hace caso a su
papá– dijo– usted perdió, admítalo, este es mejor que usted– señalaba al hombre rudo.
En ese momento, le pasó la mano sobre el hombro y caminaron
juntos, el hombre rudo miraba la escena desde atrás, ansioso.
– Pero usted perdió bien, estoy orgulloso, peleó
hasta donde pudo y siempre se levantó y dio la batalla. Como un hombre.
Después de esto, Camilo se apartó del Papá, se puso en
guardia mirando al hombre rudo. Yo, que había alcanzado a pensar que todo había
terminado, me retiré de la ventana y cerré los ojos. Escuche otra tanda de
puñetazos y a Camilo arrastrándose en el suelo y balbuceando algo que no
entendí. Se volvió a poner de pie.
–
Seguro que quiere seguir – pregunto el Papá– Bueno,
si él quiere seguir.
Imagino que empezaron caminar hacia la otra calle, porque
aunque escuche otros golpes, cada vez escuchaba el sonido alejándose. Estaba
tan asustado que salté de la cama cuando escuche la puerta de mi cuarto
abrirse. Entró mi padre. Había escuchado todo y supuso que el ruido me había despertado.
Vio las lagrimas en mis ojos, las seco y se sentó a mi lado.
–Seguramente –dijo– ese hombre no sabe nada sobre
ser padre.
Y me abrazó hasta que me dormí.
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